La Plaza es un ciclo de notas sobre temáticas de relevancia para la comunidad de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU), con el objetivo de compartirlas puertas adentro y difundirlas puertas afuera, y de aportar nuevas miradas a la esfera pública. Esta línea editorial, llevada adelante por el Servicio de Comunicación y Publicaciones de la FADU, procura poner en valor figuras, propuestas, actividades o prácticas académicas específicas de nuestras disciplinas que puedan convocar el interés de la sociedad en su conjunto.
Lugar de encuentros infinitos
Es agosto y la nostalgia en Uruguay se agudiza. Las radios se inundan de temas clásicos y abundan las reuniones y fiestas de los recuerdos. En La Plaza nos sumamos a la ola nostálgica que se genera en torno a cada 24 de agosto y conversamos con quienes fueron estudiantes en distintas épocas. Les preguntamos qué les da nostalgia de esos años y, aunque estudiaron distintas disciplinas en momentos diferentes, las respuestas tienen mucho en común.
Valentina Levrero entró a la Licenciatura Diseño en Comunicación Visual (LDCV) en 2010 y desde entonces nunca se fue de la FADU, porque comenzó a ejercer la docencia y en la actualidad da clase de Tipografía 3 y 4, así como de Diseño de Comunicación 1 y 2. «Lo que más extraño son las largas jornadas de trabajo en equipo, con amigos», reflexionó al ser consultada sobre los recuerdos que se le vienen a la mente de la época de estudiante. Contó que al ser la mayoría de las entregas en equipo pasaban «muchísimas horas trabajando juntos». «Es una época en la que, además de aprender sobre la disciplina, te hacés muchos amigos porque te ves todos los días», resumió con nostalgia.
Lo mismo valoró con el paso del tiempo Franco Pacilio, quien ingresó a la Escuela Universitaria Centro de Diseño (EUCD) en 2016 y egresó en 2023. Sin dudarlo comentó: «Lo que más extraño es la convivencia». Y amplió: «La convivencia entre los alumnos, en los salones, en las clases. Los trabajos grupales, el sentarse en las mesas de los pasillos a digramar, a sacar adelante las ideas, a proyectar el trabajo, a compartir las ideas». Asimismo, reparó también en la convivencia que se daba entre estudiantes de diversas edades. Destacó que, a pesar de la diferencia de experiencias, compartían el mismo sentimiento: «hay que sacar esto adelante».
Pero la estima por las amistades que se generan en épocas de estudiantes no es de ahora. María Carmén Brusco Payssé entró a Arquitectura en 1974 y se jubiló hace cinco años, habiendo trabajado toda su vida en el ámbito independiente. Al consultarla sobre qué le genera nostalgia de la época de estudiante, exclamó «aaah» y agregó: «Es difícil esa pregunta porque yo hice toda la facultad en época de Dictadura, entonces lo que valoré fue a los compañeros, las amistades que uno se hacía». Sostuvo que en aquel momento había «cierta rebeldía» entre estudiantes, pero no les quedaba otra que «seguir adelante» con la carrera, porque no sabían cuántos años tendrían que esperar para que la situación cambiara. Para la arquitecta retirada, la Dictadura cívico-militar condicionó la calidad de la educación. Indicó que algunos de los profesores que tuvo no eran los que les hubiera gustado tener. «Los que nos hubiera gustado tener estaban fuera de la Facultad, los habían echado, pero bueno, se cosechó lo que se pudo». Al indagar sobre qué docente le resultaba interesante y no lo pudo tener, mencionó al arquitecto Mariano Arana, recientemente fallecido.
Brusco también recordó con mucho entusiasmo el viaje de Arquitectura, el que hizo en 1981. A diferencia de lo numerosos que son los grupos ahora, en esa generación viajaron unas 30 personas, incluidos los acompañantes. En la actualidad se siguen juntando con los compañeros de grupo y continúan recordando con nostalgia muchas anécdotas.
El arquitecto y docente de Proyecto en el Taller Articardi de FADU, Jorge Casaravilla, también dijo recordar con nostalgia «el ambiente de la facultad», aquel que se vivía en los talleres «como lugar de intercambio intenso, no sólo de arquitectura». Asimismo, se referió a un aspecto particular del grupo de viaje.
Ingresó a Arquitectura en 1990 y viajó en el 2000, y no dudó en afirmar que lo que más le gustó fue «la previa del viaje». Donde la venta de rifas no se hacía mediante tarjeta de créditos, sino en efectivo, por lo que «había que andar trillando mes a mes» para cobrar. «Tenía su parte estresante, pero también su parte linda, porque muchos de los que te compraban esperaban que fueras a cobrarles para charlar un poco o para tirarte pirques, y tenías la oportunidad de seguir convenciéndolos de que estaba muy bien lo que estaban haciendo apoyando la rifa. Era muy lindo eso», resumió Casaravilla.
El divulgador de temas patrimoniales Ramiro Rodríguez Barilari, también recordó con alegría el viaje en grupo, como una experiencia que lo influenció fuertemente, tanto que se dedicó a la fotografía especializada en arquitectura. Comenzó a estudiar en 1986, viajó en 1993 y abandonó la carrera en 1994.
Consultado sobre qué le despierta nostalgia del momento en que estudiaba, detalló: «Los encuentros infinitos en los pasillos y corredores. Las situaciones de entrega artesanal donde había tinta china y acuarelas, mesas inclinadas, muchas lámparas, las luces cruzando de un lado a otro […] hojas Canson, hojas de calco, el olor de la copia heliográfica, las gillettes para borrar las hojas de calco…».
En sus recuerdos Rodríguez Barilari destacó las figuras de los docentes de taller, Ángel Nogueira, por su «humildad» y la de Eduardo Folco por ser un «gran apasionado». Asimismo, rememoró las asambleas de taller, espacios de intercambio y evaluación que se generaban algunos viernes donde se cruzaban grupos de taller de distintos años, de manera que coincidían estudiantes de variadas edades e intereses. Por último, mencionó el patio, ese lugar que cumple una «función gregaria increíble, como espacio social y de confesionario».
Otro exestudiante que recordó el patio como lugar relevante para intercambio social, fue el diseñador industrial y docente de FADU de Identidad visual y Morfología, Santiago Pittamiglio. Pero no hablaba del patio con el estanque y los peces carpas de la sede central de Facultad. Hacía referencia al antiguo Centro de Diseño Industrial (CDI), actual EUCD, al que ingresó en 2008 cuando la carrera todavía no estaba integrada a FADU.
«El edificio del CDI tenía esa cosa de casa vieja deteriorada y hogareña, cada uno tenía su rinconcito, y estaba el patio, donde se pasaban lindos intervalos y tiempos de descanso. También se hacían bastantes fiestas y las clásicas de disfraces», comentó Pittamiglio quien, además de tener un estudio con un socio, diseña juguetes en madera con su pareja.
Lo que más nostalgia le da de lo que vivía en la casona es: «Estar con amigos, haciendo trabajos específicos, proyectos, enfrentándonos a cosas que no conocíamos».
La arquitecta Carina Strata vivió la facultad de diversas maneras: como estudiante, docente y asistente académica durante trece años. Es de la generación 93 y estar desde entonces vinculada a nuestra casa de estudios la llevó a reflexionar sobre el «habitar la facultad».
«Extraño habitar la facultad. Lo extraño y se lo trato de transmitir a los estudiantes. Antes, en períodos de entrega, hasta se dormía […] El salón se transformaba casi en tu segunda casa. O el espacio exterior, el patio, las galerías. Según la época del año, el salón se expandía». El concepto de segundo hogar en su caso tenía mucha fuerza porque vivía en Lagomar (Canelones), por lo que entre clase y clase permanecía ahí. Sin embargo, reconoció que los estudiantes de ahora son «más pragmáticos» y «cuidan más el sueño» al organizarse de otra manera y no pasar tantas horas dentro de la FADU.
Ya sea, con más horas de sueño o con menos, conocer a otras personas con intereses y objetivos similares, seguramente siga siendo a futuro lo que más añoren egresados y egresadas al terminar sus carreras en la FADU. El tiempo lo confirmará.