«SESC Pompeia 30 años»

Extracto del libro "Arquitectura Conversável" de Ferraz

2013-05-31

13:00

Salón de Actos

Proyectado por Lina Bo Bardi en una vieja fábrica abandonada en São Paulo el SESC Pompeia, fue pensado como un punto de reunión, que no sea una imposición cultural ni un hecho artístico, un espacio para vivir la soledad en compañía. Se trata de un Centro de Ocio, ocio en sentido dialéctico. La fábrica representa la historia del trabajo, y se transforma en un espacio concebido como trabajo libre. La arquitectura se utiliza como medio para alcanzar ciertos resultados colectivos. El SESC Pompeia se constituye como ciudadela de libertad.

Lea a continuación un extracto del libro del Arq. Marcelo Ferraz, Arquitectura Conversável:

En una vieja fábrica de tambores…

En 1983, una bomba explotó en el ambiente arquitectónico brasilero, más específicamente en São Paulo. Esa bomba fue el Centro de Ocio Fábrica de Pompeia, hoy conocido simplemente como SESC Pompeia. Por qué bomba? Porque era «inencuadrable» en los casilleros de la arquitectura corriente. Era extraño. ¿Era feo? ¿Fuera de escala? ¿Grosero, pero al mismo tiempo delicado? Seguramente, era algo que no hacía parte del universo posible, al alcance de las manos de los arquitectos actuantes. Fue, de hecho, una bomba, un golpe.

Lina Bo Bardi, después de amargar un ostracismo de casi diez años, víctima del régimen militar y también de las «vistas gordas» de la arquitectura oficial, sorprende a todos con  este obsequio a São Paulo. Paris acababa de inaugurar  el Centro Georges Pompidou–Beaubourg, modelo extravagante de arquitectura que causaba frisson a los Estudiantes y jóvenes arquitectos, y que luego se transformaría en un referente. Simbolizaba una vía de escape al modelo modernista, ya un tanto deteriorado. En consecuencia, era inevitable su comparación con el nuevo centro de ocio que nacía en el barrio de Pompeia: lenguaje industrial, cambios bruscos de escala, colores, muchos colores, y, principalmente, «extrañamiento» para con el barrio. Pero a pesar de todo, las dos propuestas eran muy distantes y distintas en sus orígenes, su ideario y sus resultados.

Invitada por Renato Requixa e Gláucia Amaral, directores Del SESC em La época, Lina se sumergió en un viaje  que sería el más fecundo y prolífero de su vida, ya en edad madura. Y nosotros, André Vainer y yo, en nuestro inicio como estudiantes y luego como recién graduados, participamos de esa privilegiada aventura. Durante nueve años (1977 a 1986), desarrollamos con Lina ese proyecto, en una actividad diaria en la obra: seguimiento de los trabajos, experimentos in situ  y gran involucramiento de técnicos, artistas, y sobre todo, obreros. Esta postura fue, también, una verdadera revolución en el modus operandi de la práctica arquitectónica vigente. Teníamos un estudio dentro de la obra; el proyecto y el programa eran formulados como una amalgama, juntos e inseparables; o sea, no existía una barrera que separara lo virtual de lo real. Era arquitectura de obra hecha, en todos sus detalles.

En 1982 se inauguró la primera etapa del conjunto, la readecuación de la antigua fábrica de tambores de los Hermanos Mauser (y, posteriormente, sede de la fábrica de heladeras Ibesa-Gelomatic). Lina, con una mirada perspicaz y culta,  descubre que la vieja fábrica posee una estructura moldeada por uno de los pioneros del hormigón armado de principios del siglo XX, el francés François Hennebique. Tal vez la única conocida en Brasil hasta ese momento. Ese descubrimiento/revelación  da al conjunto un valor especial. Inicia, entonces, un proceso de desnudamiento de los edificios à la Matta Clark, con el retiro de los revoques y el arenado de las paredes, en busca de su esencia, de su tectónica.

Pero ese era apenas un aspecto del trabajo, y seguramente, no el más importante. Cuando llegamos al conjunto para iniciar las tareas e instalar el estudio, el SESC ya promovía actividades  culturales y deportivas en aquel espacio. Esa es, en realidad, una práctica corriente de la organización.  Fue así también en las unidades Belenzinho, Pinheiros y Paulista, donde comenzaron a utilizar el espacio de forma improvisada, antes mismo de la reforma o de la construcción definitiva del centro. En Pompeia encontramos varios equipos de fútbol de salón, teatro amateur hecho con recursos mínimos, el baile de la tercera edad, el asado de los sábados, el centro de niños exploradores y muchos niños circulando por todos lados, como bandadas de pajaritos. Lina, muy rápidamente captó el lugar: «Lo que queremos es exactamente mantener y amplificar aquello que encontramos aquí, nada más».

El Programa

Comienza entonces una guerra sorda sobre el programa a ser implantado. En vez de centro cultural y deportivo, comenzamos a utilizar el nombre centro de ocio. Lo cultural, decía Lina «pesa mucho y puede llevar a las personas a pensar que deben hacer cultura por decreto. Y eso, de arranque, puede causar inhibición y embotamiento traumáticos». Decía que la palabra «cultura» debería ser puesta en cuarentena, descansar un poco, pera recupera r su sentido original y profundo. Y el término «deportivo» implicaba el deporte  como competencia, disputa. Un rumbo, según ella, nocivo en la sociedad contemporánea, que ya es demasiado competitiva. Entonces, simplemente ocio.

EL nuevo centro debería fomentar la convivencia entre las personas, como fórmula infalible de producción cultural (sin necesidad de uso del término). Debería incentivar el deporte recreativo, con una piscina en forma de playa para los niños pequeños o para quienes no saben nadar, y canchas de deportes con alturas mínimas por debajo de las exigidas por las federaciones deportivas, y, por tanto, inadecuadas para las competencias. La idea era reforzar y fomentar la recreación, el deporte «liviano». Así, programa y proyecto se fundirían, inseparables, amalgamados.

Escala fabril

El bloque deportivo inaugurado en 1986, todo en hormigón visto, fue, en verdad, un golpe mayor. Se irguieron dos torres de hormigón armado, una con «huecos de cuevas» en vez de ventanas, y otra con ventanas cuadradas salpicadas «aleatoriamente» por las fachadas. Al lado, una tercera torre cilíndrica de 70 metros de altura, también de hormigón visto y marcada por «puntillas» en su aspecto exterior —un «homenaje al gran arquitecto mexicano Luis Barragán», decía Lina—.

Uniendo las dos torres, entre los vestuarios y las canchas, ocho pasarelas de hormigón pretensado cubrían vanos de hasta 25 metros y creaban una atmósfera fantástica, expresionista, evocadora de Metrópolis, el film de Fritz Lang. Es importante recordar  que sobre esas pasarelas pasa el arroyo canalizado —el Córrego das Águas Pretas—, que crea un área non aedificandi. Las pasarelas, por lo tanto, no surgen de una decisión formal o arbitraria del proyecto. Responden con inteligencia a la realidad del lugar.

Antecedentes

En el SESC Pompeia Lina retoma  con revisión crítica de casi veinte años de distancia, su experiencia vivida en Bahía (1958 a 1964), en el proyecto de rehabilitación del Solar da Unhão, concebido para funcionar como Museo de Arte Popular, pero duramente afectado por el golpe militar de 1964. Muchos de los conceptos utilizados —la relación entre programa y proyecto— habían sido probados en aquella fase bahiana.

Fueron claves para el éxito del proyecto la formulación de una programación abarcadora e inclusiva, y las soluciones espaciales de accesibilidad (traer la calle y la vida pública al interior del Centro), contemplando y creando interés para las distintas fajas etarias  y clases sociales, sin discriminación. Y eso es función de la arquitectura, y de la más noble. La calle abierta e invitadora, los espacios de exposiciones, el restaurante público con mesas colectivas, el automóvil rigurosamente prohibido, las actividades a cielo abierto, culminando con la «playa del paulistano», en que se transformó el deck de madera en el verano; todo hace del SESC Pompeia una ciudadela de  libertad, un sueño posible de vida ciudadana.

El Centro es como un verdadero oasis en medio de la barbarie de incomodidad urbana de nuestra sufrida São Paulo. ¿Quién no guarda un buen recuerdo de ese lugar en estos 25 años de densa  existencia  en la vida de la metrópolis? Los shows de música, circo, fiestas juninas, festivales multiétnicos, exposiciones memorables, o el simple no hacer nada de los encuentros junto al agua o al fuego, en los sofás públicos… Parece que todo lo bueno pasó y continúa pasando por allí. Está claro que la programación y la promoción sociocultural del SESC, en sus más de 30 unidades en el Estado de São Paulo, son los motores fundamentales. Pero arriesgaría decir, compartiendo la opinión de un sinnúmero de personas, que, en Pompeia, el sabor es especial. ¿Por qué?

Arqueología industrial

La rehabilitación de una antigua fábrica, local de trabajo duro, sufrimiento de muchos, testigo del trabajo humano, y su transformación en centro de ocio, sin borrar esa historia previa, hacen del SESC Pompeia un espacio especial. El cuidado de la recuperación en dejar todos los vestigios de la antigua fábrica evidentes a los ojos de los usuarios —sea en las paredes, los pisos, techos y estructuras, sea en el lenguaje de las nuevas instalaciones—, hace con que el espacio inicie su nueva vida ya a pleno calor y animación. Con alma y personalidad.

El propio lenguaje arquitectónico de las nuevas edificaciones reforzaba el lado fabril e industrial del conjunto. Éste está en el despojamiento de la aplicación de los materiales y, principalmente, en su escala. Sí, los edificios nuevos rompen la delicadeza de la escala «bien compuesta» de los galpones de ladrillos y tejas de barro, y se presentan como grandes containers o silos industriales; las pasarelas se asemejan a puentes o cintas transportadoras para granos o minerales. Y nada de eso buscaba el mimetismo, un estilo o remedo decorativo. Todo está allí para atender plenamente sus funciones de centro de ocio. Nadie nota, nadie racionaliza —y no es necesario—, pero todos sienten a través de los cinco sentidos la presencia de la fábrica en las soluciones de arquitectura. Todos sienten, impregnado en cada decisión de proyecto, el respeto por la historia del trabajo humano.

Una vieja fábrica en desuso, que no sirve más a las funciones para las que fue concebida, renace con toques contundentes. A veces violentos, como las torres de hormigón, a veces delicados, como las canaletas de aguas pluviales de la calle central o las celosías de madera de las ventanas. Lina supo dosificar la mano —a veces pesada, a veces liviana—, de acuerdo a la demanda y el discurso arquitectónico a ser comunicado a todos los que pasaran por allí. Al final, la arquitectura es una forma eficaz y necesaria de comunicación. La falta de comunicación en el sentido amplio del término, es una de las mayores causas de las desgracias de nuestras ciudades hoy en día. Pero esa es otra historia. Volvamos a nuestro centro de ocio. ¿Quién puede haber pasado impunemente por el SESC Pompeia sin registrar una fuerte emoción, sorpresa o descubrimiento —para usar tres de las sensaciones que, desde mi punto de vista, definen la buena y verdadera arquitectura—?

Esa experiencia contiene una clave para quienes quieran reflexionar sobre el papel de la arquitectura en la vida de los hombres. Una clave contemporánea, activada y a nuestro alcance. Es una experiencia arquitectónica que une creatividad con un gran rigor, libertad con responsabilidad, riqueza con concisión y economía de recursos, poética con ética.

A una pregunta hecha por estudiantes que visitaban el SESC Pompeia  en los años 1980 sobre el papel de la arquitectura, Lina responde, refiriéndose específicamente a aquel proyecto: «La arquitectura, para mí, es ver a un viejito, o un niño, con un plato lleno de comida atravesando elegantemente el espacio de nuestro restaurante en busca de un lugar para sentarse, en una mesa colectiva». Y, para rematar, con una voz embargada de quien desahoga una vida de trabajo y de sueño por un mundo mejor, dijo: «Hicimos aquí una experiencia socialista».

Extraído de Marcelo Carvalho Ferraz, Arquitectura Conversável, Beco do Azougue Editorial Ltda., Rio de Janeiro, 2011.
Traducción del portugués: Mercedes Chirico

En foto: André Vainer, Lina Bo Bardi y Marcelo Ferraz en el SESC Pompeia, São Paulo, 1986.