Corredor

Los centros de educación segun Josep Quetglas

(…) Cualquier centro de educación tiene como alternativa seguir uno de los dos grandes modelos de formación inventados hasta ahora por la Humanidad: el servicio militar o las academias de idiomas. No hay otro.

En el servicio militar lo importante es el título, el certificado, la papeleta que permite no volver a pisar el cuartel. Nadie busca una relación positiva entre las ocupaciones cuartelarias, lo que el título afirma y lo que el licenciado hace después con su vida. Se trata de conseguir dejar pasar en el cuartel, de la forma establecida, un tiempo establecido. Yo valgo lo que valga mi título.

En cambio en la academia de idiomas el diploma sirve de poco, ni es realmente necesario, puesto que lo determinante es la capacidad de haber incrementado las aptitudes propias, y eso se comprueba y aplica inmediatamente. Uno se sentiría estafado por la academia si, tras cinco años de estudios y un título, no entendiera palabra de lo que le está diciendo un taxista en Londres o Berlín.

¿Por qué no ocurre esa misma sensación de vergüenza y estafa entre quienes salen, con su título bajo el brazo, de una Escuela de Arquitectura? ¿Por qué no reclaman de la Escuela lo que reclamarían de cualquier academia de idiomas? La respuesta es simple: porque las Escuelas de Arquitectura no siguen el modelo de las academias de idiomas, sino del servicio militar.

El objetivo de la enseñanza en un centro universitario público no es la obtención de un título, sino que debería ser la formación de una profesión. No como se practica efectivamente en la calle sino, al contrario, tal como no se practica. La enseñanza debe ser inactual: enseñando una profesión tal como ya no se ejerce, y enseñándola tal como aún no se ejerce.

Ese es el precio para conseguir que los profesionales así formados sean capaces de adecuarse y definir su papel frente a cualquier circunstancia, por cambiante e inesperada que sea. Por el contrario, los Propietarios de un título o los Adiestrados en repetir una respuesta de actualidad pierden su cualificación al primer cambio de condiciones. Y las condiciones no paran de cambiar.

Una escuela de arquitectura que no quiera ser una oficina de expedición de títulos o un centro de adiestramiento ha de mantener los niveles de práctica profesional que eran la sabiduría del oficio de generaciones anteriores, para encontrar ahí, enfrentadas al conocimiento de nuestro presente, las formas del oficio de un tiempo futuro.

El contenido de la enseñanza siempre debe ser, al mismo tiempo, anacrónico y vanguardista. Debe estar al margen, si no enfrente, del mundo de la eficacia y la aplicabilidad, del mundo de la rentabilidad inmediata, del mundo del mercado.

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